por Natalia Calvo 01/08/2013
Son muchísimas las imágenes que ha reproducido la prensa del tren siniestrado, muchísimas y muy morbosas, poco ecuánimes, conmovedoras y trágicas. A veces me sucede que viendo la prensa, encuentro alguna que se queda clavada en mi conciencia tanto que me impide dormir con normalidad. En esta ocasión, más allá de la sangre, de los vagones destrozados, la imagen que me atormenta es la de Francisco José Garzón, el maquinista que llevaba el tren cuando se produjo el accidente. En ella, herido y escoltado por un policía nacional, habla por un teléfono móvil.
¿En qué nos hemos convertido como país? Mientras en un primer momento se alaba a la gente que acude a prestar su ayuda, sabiendo o no, a las víctimas del descarrilamiento, por la espalda se condena, sin más, a un trabajador de RENFE, se viola su intimidad en Facebook y se le atribuyen los más horrendos crímenes contra la humanidad que váyase usted a reír de Hitler.
Mi familia es de tradición ferroviaria, mi padre, mis tíos.... Mi abuelo y mi bisabuelo también fueron ferroviarios, todos ellos de la extinta FEVE y el Ferrocarril de Langreo. No soy imparcial porque en este santo país nadie lo es y porque no me da la gana.
Cuando era una niña escuchaba a mi padre hablar de los maquinistas de tren, esa gente tan “bien pagada” (eso dicen los que no son capaces de ver más allá de la envidia) que cometían el terrible error de atropellar a gente que elegía como método de suicidio el arrojarse a un tren de mercancías o pasajeros. Mi padre me comentaba la tortura profesional a la que se sometía a estos trabajadores después del suceso, como si tuviesen la culpa. Y también lloraba cuando esos amigos, compañeros, terminaban por suicidarse (no fue uno, ni dos) después de vivir un calvario de inhabilitaciones, psicólogos y desprecio por parte de la empresa.
Yo misma, en el apeadero de Avilés, volviendo de visitar a mis abuelos, presencié, muy de pequeña (un hecho del que todavía tengo secuelas y mucho miedo a las vías de tren, a pesar del amor que le tengo a los mismos), cómo una señora con prisa se saltaba la barrera del paso a nivel. En este lugar hay una curva cerradísima y sin visibilidad por la que pasaban, con relativa frecuencia, trenes de mercancías cargados de carbón y bobinas. Está a menos de doscientos metros del paso a nivel. Un tren de mercancías, al igual que uno de pasajeros en menor medida, necesita más de tres kilómetros para frenar con completa seguridad. La señora cruzó con la barrera bajada porque se le iba el FEVE. Lo siguiente que recuerdo, detrás de la barrera y agarrada a mi hermano y madre, fue que algo me salpicó. Y que la circulación tardó muchísimo tiempo en restablecerse y nosotros poder volver a casa. No sé qué sucedió con ese maquinista, porque pertenecía a RENFE (mi padre era trabajador de FEVE), pero, teniendo en cuenta lo que se comentaba en casa, supongo que nada bueno.
La red de ferrocarriles españoles, por su parte, siempre fue una de las mejores a nivel mundial. A pesar del pésimo diseño radial y la increíble pero cierta idea de Isabel II de que nos iban a invadir por tren, lo que motivó que los anchos de vías fueran diferentes de los del resto de Europa durante mucho tiempo, a pesar de todo ello, poseíamos una red ferroviaria envidiable. En el norte de España, al menos en Galicia, Cantabria y Asturias, los trenes llegaban a pueblos perdidos con un servicio muy correcto y aceptable y con horarios que favorecían su uso.
Entonces llegaron las privatizaciones. El servicio de FEVE y RENFE empezó a encontrar una competencia desleal con la permisividad hacia ALSA por parte de las instituciones. Ahora es muy normal encontrarse un autobús de esta empresa haciendo uso de las paradas municipales, por ejemplo. Después, y no hace tantos años, se empezaron a recortar las líneas ferroviarias, suprimir paradas (pero no estaciones, como dice la ministra, las estaciones seguirán existiendo. Gracias, ministra). Y aquí llegamos a la desaparición de FEVE (Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha), la reducción de salarios (por ser funcionarios para lo que conviene, por pasar a RENFE, porque FEVE iba mal, porque se quitan las pagas de navidad) y la implantación de horarios restrictivos, eliminación de trenes y reducción del personal. La mayor parte de trabajadores de la red ferroviaria española no conocen su futuro: especialistas, jefes de estación, interventores, azafatas, camareros, vendedores de billetes, limpiadoras y maquinistas.
¿Qué ha pasado con nuestra línea ferroviaria, admiración de muchas partes del mundo? Desde que se inició el proceso de privatización de todo lo privatizable en este país, comenzó un declive absoluto en esta infraestructura estatal fundamental. Sigue perteneciendo en parte al estado, a los españoles, sin embargo, el proceso por el que pasará a manos privadas es ineludible ya. España está intentando conseguir, además, las concesiones de ferrocarriles de alta velocidad y vías de metro en Brasil y Arabia Saudí, por lo que una tragedia como la de Santiago o el descarrilamiento de un tren en Barcelona sin muertos, no pueden empañar la campaña de publicidad para obtener las obras. ¿Qué nos queda, pues? Matemos al maquinista.
No conozco de nada a Francisco José Garzón, por si alguien inquiría en este asunto. Son muchos los profesionales de RENFE y FEVE que conducen trenes a diario. Trenes lentos, rápidos, regionales, alta velocidad, talgos, alvias, trenes-hotel o históricos. Llevar los mandos de un tren no es tan fácil como parece, no sé si han entrado alguna vez a una cabina, pero hay infinidad de hipnóticas lucecillas, palancas, pedales, pantallas y una monótona vía por delante. Así, cualquiera de estos trabajadores, debe pasar por una formación inicial larga, con muchos cursos, años de trabajo y restricciones (por ahí leí que entraba cualquiera con la ESO. Yo misma me presenté a las pruebas, quedando la novena y no obteniendo plaza. Ni siendo hija de ferroviario, para los que piensan que te cogen por ser hijo de…).
El ferrocarril, al menos el que funciona bien, es una máquina de precisión, con poca aceptación de fallos y con muchos kilómetros de vía, señalización y factores externos que controlar. Nunca me cabreé más con el tren que cuando, viniendo en el tren nocturno a Logroño, un árbol había derribado parte de la catenaria a dos kilómetros de la estación destino, ni me dejaron bajar ni me dieron indemnización por llegar cuatro horas tarde a pesar de ver la ciudad ahí, al lado, durante todo ese tiempo. Así de frágil es la estructura viaria ante otros factores.
Es por todo esto por lo que las medidas de seguridad deben ser intensivas. Aunque el “pedal del hombre muerto” existe, sí, y es una medida que siempre me ha llamado la atención, da la risa pensar que eso puede ser suficiente. Ahora mismo, en España, parece que todo el mundo es un experto en trenes, que ASFA, ASFA Digital, ERTMS, balizas de 6.000 euros y demás, son palabras de las que todo el mundo sabe un quintal, que fomentan discusiones eternas sobre qué sistema o no sería el mejor. Seamos sinceros, nadie tiene ni la más remota idea. Yo, hija, nieta, bisnieta de ferroviarios no tengo ni puñetera idea de qué sistema es mejor ni cuál es el más recomendado en ese tramo de vía en concreto. Pero sí tengo una cosa bien clara, “ninguno” no es el adecuado.
Francisco José Garzón ha sido convertido en el culpable único y último de la tragedia de Santiago. Más de treinta años de servicio en RENFE en variedad de puestos no han servido para evitar una tragedia que, después de todo lo expuesto arriba, espero que tú, que estás leyendo esto, no consideres a este hombre como responsable único de la misma.
Matar al maquinista es la excusa fácil. Pero ahonda en nuestras más increíbles miserias, casi inherentes al ser humano. Lo primero que hay que evitar es que Brasil o Arabia consideren que nuestros trenes no son los más seguros (que no lo son ni por asomo) para instalarse en sus países. La industria ferroviaria privada (esa parte que controla casi todo RENFE y que eliminó FEVE) pide la cabeza del maquinista para evitar dejar sin cierre un gran negocio. Los que, apresuradamente, abrieron estas líneas de alta velocidad hace tiempo, sin cumplir con los estándares europeos de seguridad, pero saliendo muy guapos en la foto el día de las inauguraciones (recordemos que ese día, en esta misma curva, el tren estuvo a punto de descarrilar), piden la cabeza del maquinista para evitar quedar mal, que se les photoshopee y que se diga que fueron unos ineptos (y que conste que no tengo ni idea de qué partido político son, porque me da igual, no me importa nada en absoluto si son peperos o pesoístas, xuntistas o loqueseaístas).
Los medios de comunicación (salvo honrosas excepciones, pocas) piden la cabeza del maquinista porque pocas veces se tiene carnada tan fácil; porque es fácil echarse encima de un trabajador agobiado, deprimido y que, para más regocijo reportero, se echa las culpas a sí mismo en algo que la psicología puede explicar perfectamente, pero nadie quiere entender. Matemos al maquinista, entre todos, y hagamos un gran favor a la clase política y a los intereses privados.
¡Y una mierda! Yo, cuando veo la fotografía y veo la cara del señor Garzón veo a un ser humano. Hundido, abatido y todos los adjetivos que queráis interponer para darle dramatismo y morbo al asunto. Veo en sus ojos, llenos de sangre en la instantánea, al maquinista que atropelló a la suicida, al maquinista de mercancías que atropelló a la señora que tenía prisa en Avilés y que me salpicó de sangre y trocitos aquella tarde. Mientras los hipócritas lloran a unas víctimas que jamás consideran suyas, los políticos, reyes, príncipes y demás se hacen partícipes de un sufrimiento que jamás entenderán, a Francisco José Garzón se le hace un juicio, un linchamiento popular para regocijo de la escoria de este país (que cada vez tiene más estratos). Y esto tiene mucho que ver con la privatización y la crisis en España. Se ve al maquinista como un privilegiado por cobrar tres mil euros al mes (no sé si es cierto, lo leí en algún sitio), una especie de autómata sin errores que, al nivel de los controladores aéreos, debe ser perfecta, sin mácula y sin nada de lo que quejarse. La envidia es un deporte nacional, más que el fútbol.
Cuando me enteré del suceso, mi familia y yo coincidíamos en una apreciación bastante fuerte pero que tengo que reproducir porque también la expresó el maquinista: Más le valía haberse muerto en el accidente. Evidentemente, esta expresión no implica deseos de muerte a nadie (aunque muchos lo piensan de verdad y rezan porque se muera), pero implica el conocimiento de que ese “posible” error humano del que todos hablan, será el mayor error de toda su vida, que gracias a la prensa cainita, a los políticos hipócritas y a los ciudadanos sin inquietud que creen a ambos, el maquinista será liquidado, no de forma real, pero sí de forma efectiva tanto de la vida pública, como de la laboral o, directamente, de su propia vida.
Todos somos humanos. Todos cometemos errores. Se acusa al maquinista de setenta y nueve homicidios imprudentes, por los que puede ser condenado a más de 100 años de cárcel. ¡Cien años de cárcel! Han leído bien. Mucha gente estará de acuerdo y les parecerá poco que el periodo de cumplimiento sea de entre tres y doce años. Todos somos muy hipócritas según qué cosas (teniendo en cuenta que a conductores borrachos que han destrozado familias en la carretera se los ha indultado a los dos meses y otros no han llegado a pisar la cárcel. Pero claro, no nos equivoquemos, estamos en pleno proceso de privatización del ferrocarril, ventas, etcétera, cuanto más cumpla y más se vea que ha sido sólo culpa suya, mejor, no vaya a ser…).
No quiero que Francisco José Garzón, el maquinista, se convierta en el conductor del mercancías de Avilés o el del FEVE que atropelló a la hermana de mi amiga. No quiero que se siga criminalizando de esta manera al trabajador en beneficio de las corporaciones o gobiernos de la fotografía. No quiero ver más fotos de las víctimas porque ya me conmovieron en su día y ni siquiera me dan morbo, como a otra mucha gente.
El sistema penitenciario español tiene como objetivo la reinserción del condenado. Sin embargo, si se condena a cien años de cárcel al maquinista, dándole la razón a ciertos intereses nada cercanos a la Justicia, lo que se hace no es reinsertar, sino castigar. Castigar desmesuradamente más de treinta años de servicio intachable. Matar al maquinista.
Increíble articulo publicado por Natalia Calvo 01/08/2013 en fantasymundo.com
Comparto, muy bien expresado. No es porque yo también sea ferroviario. Pero estoy muy deacuerdo conTigo. Saludos
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